Centroamérica, una epidemia de homicidios

En las últimas décadas, la historia de Centroamérica ha estado marcada por la violencia, llegando a una de las tasas de homicidio y criminalidad más altas del mundo. Según el último informe sobre homicidios publicado por la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), América, con tan solo el 13% de la población mundial, registró el 42% de todas las víctimas del mundo.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que, cuando en un país la tasa de homicidios por cada 100.000 habitantes es superior a 10, se vive una verdadera epidemia de homicidios. A excepción de Costa Rica y Nicaragua, el resto de las naciones de Centroamérica sobrepasan este rango, particularmente las tres del llamado Triángulo Norte El Salvador, Honduras y Guatemala–, siendo especialmente altas las tasas de El Salvador, de 62,1 por cada 100.000 en 2017, aunque los últimos meses ha disminuido a 30, seguido de Honduras, de 41,7 por cada 100.000.

Estos países han pasado de la violencia política de la época de las guerras civiles en los años 80 a la violencia de la posguerra, ahora de tipo social, marcada por el surgimiento de nuevos y peligrosos actores, como son las maras y el crimen organizado. Se trata de delincuentes y criminales cuyas fines no son ideológicos o políticos, sino particulares o grupales, sobre todo económicos, en el caso del crimen organizado, e identitarios y sociales en el caso de las maras. Esta nueva delincuencia se ha ido extendiendo como una enfermedad por toda esta área hasta convertirla en una de las zonas más inseguras del mundo y es la raíz de los múltiples desplazamientos, tanto internos – 71.500 en El Salvador entre 2006 y 2016, y 174.000 en Honduras entre 2004 y 2014– como externos que se han producido en la última década, de una población que a menudo tiene como única salida la huida.

La violencia afecta indiscutiblemente a los tres países del Triángulo Norte, aunque no todos sufren los mismos problemas por igual, sino que hay matices. Guatemala tiene una economía creciente y el país se encuentra menos afectado por el fenómeno de las maras, aunque tiene más crimen organizado, su estado es más débil, hay más corrupción entre la clase política y los militares y policías están más penetrados por el crimen. Honduras se encuentra severamente afectada tanto por las maras como por el crimen organizado y tiene penetración criminal en policías y militares.

El Salvador tiene menos problemas políticos y hay poca penetración criminal en las instituciones de seguridad, pero en cambio es el país donde el problema de las maras es más grave y el que tiene más difícil el desarrollo de su economía.

En Centroamérica existían maras antes de las guerras civiles, pero el fenómeno como tal nació en los años 80 en Los Ángeles (EE. UU.), una ciudad entonces conocida como la meca de las pandillas que se convirtió en el destino preferido de muchas familias del Triángulo Norte que huían de la guerra y de las amenazas de grupos paramilitares.

Ante la situación que viven los países del Triángulo Norte, no es extraño que sus habitantes se vean en la necesidad de abandonarlos y buscar refugio en otras latitudes. Según una encuesta de 2019 de la Universidad Centroamericana de El Salvador, el 63,8% de los salvadoreños desearía marcharse del país, y una encuesta de la Red Jesuita también de 2019 en Honduras dice lo mismo del 42% de los hondureños.

Por último, y visto que hay tantos miembros de pandillas que quieren dejar las maras, pero no ven otro futuro posible, sería conveniente apoyar proyectos para la reinserción.

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