El tráfico de drogas sigue siendo una de las principales fuentes de financiación del terrorismo

Para Occidente, una de las principales amenazas del mundo actual en términos de seguridad es el terrorismo, un fenómeno global que no puede ser controlado únicamente a nivel nacional, sino que requiere la cooperación de los gobiernos y cuerpos de seguridad de los distintos países afectados. Una de las otras grandes amenazas es el tráfico de drogas, que, como la primera, requiere un grado elevado de colaboración para establecer unas políticas y legislación comunes.

Ambas amenazas están profundamente relacionadas. Tradicionalmente, el tráfico de drogas ha sido una de las principales fuentes de financiación para los grupos armados no estatales y grupos terroristas. Así lo confirma el reciente estudio World Atlas of Illicit Flows (2018), fruto de la colaboración entre la Interpol, la RHIPTO y la Global Iniciative against Transnational Organized Crime. Tal como indica el estudio, un 4% del total de los flujos ilegales acaban en manos de organizaciones terroristas.

Según el documento, aunque los crímenes contra el medio ambiente (tráfico de carbón y petróleo, explotación minera ilegal, explotación forestal ilegal y tráfico de animales) han pasado a representar la primera fuente de financiación de los grupos terroristas (un 38% del total), el tráfico sigue siendo la fuente principal si consideramos las medioambientales como actividades independientes. Se estima que los ingresos de los siete principales grupos terroristas y los grupos rebeldes de la República Democrática del Congo son de unos 1.160 millones de dólares, el 28% de los cuales (330 millones de dólares) proviene de actividades relacionadas con las drogas. Las dos organizaciones que tradicionalmente se han lucrado más del tráfico de drogas son los talibanes, con el cultivo de opio y el tráfico de heroína, y las FARC, con la cocaína.

En el caso de los talibanes, operativos en Afganistán, el cultivo de opio ha sido tradicionalmente una fuente importante de financiación. Según los datos actuales, ingresan anualmente entre 75 y 95 millones de dólares, 22,9 millones de dólares de los cuales, aproximadamente, provienen de las actividades relacionadas con el cultivo de opio, de donde se extrae morfina y a partir de la cual se produce heroína. La heroína producida en Afganistán representa unas tres cuartas partes de la producción total y sirve para abastecer todo el mercado mundial. En Europa, el mercado de la heroína es el segundo mercado de droga más importante con respecto al dinero que mueve, unos 6,8 billones de euros el año.

Durante sus inicios, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, conocidas como FARC, consideraban el cultivo de droga (cocaína y cannabis) una actividad contrarrevolucionaria. En 1981, sin embargo, su política cambió ante el miedo de ponerse a los campesinos locales en contra y el evidente aumento de financiación que el tráfico de drogas supondría, llegando a controlar hasta el 70% de las zonas dónde se producía la cocaína y convirtiéndose, así, en el actor principal en el tráfico de cocaína en el país. Según InSight Crime, una fundación dedicada al estudio del crimen organizado en el Caribe y América Latina, las FARC tenían, en 2015-2016, bienes por valor de 580 millones de dólares, la mayoría de los cuales (267 millones de dólares) provenientes de actividades relacionadas con las drogas y la minería ilegal. Aunque en 2017 se iniciaron los acuerdos de paz entre el gobierno y las FARC, una parte de sus miembros no los aceptó y se organizó en grupos disidentes. Uno de estos, el llamado Bloque Este (u Oriental), ha pasado a controlar una parte importante del tráfico de cocaína en el país.

Según el mismo World Atlas, desde el año 2015se está notando un crecimiento del uso de dos drogas por parte de los miembros de Estado Islámico: el tramadol y la fenetilamina. El primero es un opioide con función analgésica y la segunda un psicoestimulante. Estas drogas se encuentran sobre todo en Siria e Irak, pero con presencia también en la zona transsahariana (Mali, Níger, Nigeria, el Chad y Libia). Estado Islámico es quien se encarga del tráfico y la venta de estas dos sustancias, tanto a sus combatientes como a quienes no lo son.

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